Pinna nobilis, ese es el bonito nombre científico de este gigantesco molusco autóctono del Mediterráneo. Nuestro mar es el único lugar del planeta donde existe esta especie: un espectacular bivalvo que que puede llegar a alcanzar los 120 cm de largo, y que esta a punto de desaparecer para siempre.
Su población lleva décadas reduciéndose año a año, por diferentes motivos. El primero es que su hábitat se basa en los bosques de posidonias, cada vez más escasos. La pesca de arrastre también ha sido un gran enemigo de esta especie, dado que vive plantada verticalmente en la arena. Esto también la hace muy vulnerable a ser golpeada por embarcaciones en aguas poco profundas. Y por si eso fuera poco, este singular es una de las piezas más preciadas por los coleccionistas.
Aunque ahora su mayor enemigo no es el ser humano (al menos no directamente), sino un microorganismo: el protozoo parásito Haplosporidium pinnae, de origen completamente desconocido y que está abocando a la especie a la extinción, con unos índices de mortalidad que rondan el 100%.
De entre todos los implicados en la conservación de esta especie, el Instituto de Investigación y Tecnologías Agroalimentarias (IRTA) es una de las que más esfuerzos realiza a la hora de intentar salvar a este gigantesco bivalvo. En el último, con la colaboración de la Universidad de Alicante, los científicos de estas organizaciones han hecho (y están haciendo) todo lo que está en su mano para intentar transportar a las pocas nacras que siguen vivas en el Mar Menor y en el Delta del Ebro (los dos únicos lugares donde quedan ejemplares de esta especie en aguas españolas) a hábitats donde estén a salvo de este parásito.
Su final en el Delta del Ebro
Los datos que ha recopilado el IRTA tras el paso del temporal Gloria son demoledores: «En la bahía del Fangar solo detectamos 12 ejemplares vivos de los 533 que había antes de este evento meteorológico», explica Patricia Prado, investigadora del IRTA.
+ Artículo completo (Álvaro Hermida)